Marcas y regalos que cultivan la diferencia

¿Te imaginas que el comedor de tu casa fuese como una sala de museo, llena de muebles que sólo pueden usarse en ocasiones especiales? ¿Sabes quién podía dedicarse hace unos años a practicar los deportes más exóticos? ¿Recuerdas cuando la gente arreglaba las varillas de sus gafas (sus únicas gafas, por supuesto) con una tira de celo?

Los tiempos cambian. Y menos mal. Padecer las incomodidades de pertenecer a una familia de rancio abolengo ha dejado de ser envidiado. Ahora podemos disfrutar de algunos de esos privilegios sin tener que defenestrar ninguna entidad bancaria. Y eso se lo debemos a la iniciativa de algunos emprendedores que, en su día, decidieron apostar por hacer más fácil la vida de otras personas.

Ikea, Decathlon y Colonvo han conseguido democratizar sectores antes tan inaccesibles como el diseño, el interiorismo, los deportes de aventura, la óptica… Nadie que haya rebasado ya la barrera de los 30 años puede negar que antes las opciones eran mucho más limitadas. No teníamos 5 vaqueros colgados en el armario, ni podíamos permitirnos un par de zapatillas para cada tipo de deporte. Con unas ibas más que apañado, y eso si tenías la suerte de que tus padres fuesen comprensivos con tu vocación deportiva. Todo lo que se compraba, había que aprovecharlo al máximo.

Claro, esos padres eran los mismos que dedicaban 30 m2 de su amado e hiper aprovechado hogar a acumular mobiliario de gran calidad que nadie podía utilizar porque se manchaba, rompía o gastaba. Imagina si una tarde se hubiera presentado el Duque de Manzanete a merendar y el sofá del salón hubiese tenido un muelle suelto. Hubiera sido inadmisible. En la mayoría de los casos nunca conocíamos al duque, pero el sofá permanecía intacto hasta que era cuidadosamente depositado en el Ecoparque para pasar a otra vida (porque mejor vida era imposible).

gafas Colonvo para todas las edades

Lo curioso de esto es que el afecto que sentían por esas piezas de pino o cerezo o lo que quiera que fuese, era inversamente proporcional al que sentían por nuestro sentido del ridículo. Yo uso gafas de vista desde pequeña y no recuerdo que a mi madre le preocupase que mis lupas (los niños son crueles) me quedasen bien, fuesen bonitas o acentuaran mi carácter jovial. Más bien eran esa penitencia que me tocaba asumir por genética y de la que he conseguido redimirme con los años gracias marcas como Colonvo. Sí, ahora sigo usando gafas, pero tengo cuatro pares y las combino en función de la ropa con la que vista o del humor que me gaste ese día. Claro, con lo que mi madre pagaba por una gafa, yo tengo para comprar media colección de Colonvo.

Y esto pasa con la ropa de deporte, con los vaqueros o con los muebles de casa, que ya no tienen por qué convertirse en inquilinos fantasma y pueden convivir con nosotros aunque se manchen, porque no vamos a tener que rehipotecarnos para poder cambiar el salón, la habitación o el despacho. Un cuadro no tiene que acompañarnos toda la vida, y la ropa de cama puede variar tanto o más que el compañero. Decoramos nuestras vidas, nuestras casas y nuestras caras, porque eso nos ayuda a sentirnos bien, a amar lo que somos, a mostrarnos como nos gusta. Y es fantástico.

sábanas de calidad de The White Basics

No quisiera que esto parezca una oda al consumismo. Que vivir cómodamente es muy guay y eso, antes, sólo pasaba si tenías una cuenta que avalase bien. Ahora podemos permitirnos ser más coquetos o decidir entre más opciones. Somos más únicos y auténticos, porque no existe la barrera social que nos imponían otros tiempos. ¡Viva Ikea, Decathlon y Colonvo! Y otras muchas marcas más que apuestan por la diferencia al mejor precio.

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